Constantemente en el camino, absorbiendo lo que le rodea, el cine de Eloy Domínguez Serén avanza y evoluciona a ritmo humano, siempre dispuesto a conocer nuevos horizontes. Hablamos con el protagonista de la sección Sinais este año sobre los viajes físicos, emocionales y cinematográficos de los “anacos” que aquí presenta.
Noruega, Suecia, el Sahara… Partiendo desde Galicia. ¿Qué es lo que empuja al viaje? Más allá de los motivos económicos, ¿qué determina cada uno de esos destinos?
Durante mi reciente estancia en los campamentos de refugiados de Tindouf, un amigo saharaui me regaló un libro que responde a estas preguntas de un modo admirable. Su autor, Ryszard Kapuściński, reflexiona constantemente en torno a lo que él llama “el encuentro con el Otro”. Ese encuentro con el Otro, según él, es el mayor reto del siglo XXI, y tradicionalmente podía producir tres resultados distintos: la gente podía optar por declararse la guerra, por aislarse creando un muro a su alrededor o, por el contrario, entablar un diálogo. Creo que mis experiencias en cada uno de esos lugares, y por extensión mis películas, buscan establecer esa comunicación con el Otro. Son un intento de comprender a ese Otro, lo que provoca que tenga que comprenderme primero a mí mismo. Kapuściński afirma acertadamente que si bien ese Otro es, en efecto, Otro, para esos Otros soy yo quien es un Otro. Cuando uno acepta y asimila esto, el entendimiento y el respeto mutuos resultan posibles. Es hermoso comprobar el modo en que nuestra relación con el Otro modifica nuestro propio Yo para siempre, ya que, de hecho, incorporamos a ese Otro como parte de nuestro Yo. Aunque, en realidad, lo más posible es que siempre haya estado ahí, latente, dentro de nosotros, deseando manifestarse, esperando por este encuentro.
El trabajo ocupa un lugar importante en los Anacos de Noruega, Suecia y Galicia. ¿Nos puedes hablar de ese tema?
Sí, es cierto que durante los dos últimos años mi labor creativa se ha centrado en tratar de comprender y representar la experiencia corporal y emocional que implica el trabajo físico, así como el potencial estético que se revela en su observación. Este interés es resultado de mi propia experiencia como peón de obra en Suecia, donde emigré a mediados de 2012. Ejercí esa profesión durante mis primeros seis meses en el país, a la que sucedieron seis meses más como camarero en un hotel. Las emociones derivadas de la exigencia física, la monotonía, el agotamiento o las inclemencias climáticas en aquel trabajo en la construcción (que había desempeñado también durante muchos veranos de mi juventud) son aspectos que han ejercido una profunda influencia en mi filmografía posterior.
De la confesión personal de Anacos de Suecia, a cierta visión distanciada de Noruega y Galicia, parece que necesitas sacar tu trabajo, por así decirlo, de ti mismo y centrarlo en lo que te rodea. ¿Lo ves así? ¿Cuál dirías que es la evolución del uno a los otros?
Yo mismo he reflexionado sobre esa transformación en mi mirada, y creo que es consecuencia de una evolución de un “cine del yo” a un “cine del nosotros”, pasando en el intervalo por un “cine del vosotros”. En el caso de Suecia, la película comienza con un ánimo muy introspectivo, que luego va evolucionando hacia un acercamiento progresivo a ese Otro que mencionábamos (en este caso, a mis vecinos suecos). En el caso del proyecto en Noruega, consideré que la propia esencia de la película (retratar el efecto del solsticio de invierno sobre un pueblo del Círculo Polar Ártico) demandaba una actitud más observacional, una mirada más sosegada y contemplativa, y, en consecuencia, mantener una cierta distancia. Siempre me ha fascinado observar a la gente, puedo pasar horas haciéndolo. Ese placer por la observación tenía que acabar manifestándose tarde o temprano en mi cine.
Se percibe todavía otro cambio en Anacos do Sahara. De algún modo, es una película en la que cierto ensimismamiento da paso a una conexión intensa con su completo protagonista. Diría que una conexión con lo humano que trasciende lo sentimental ¿Qué ocurre con tu trabajo a partir del Sahara?
Una vez más, esa transformación en mi modo de filmar es consecuencia de una transformación vital, de un estado de ánimo. Al llegar a los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf, donde trabajé durante dos meses como profesor de cine, establecí una fraternidad e intimidad que, reconozco, no había alcanzado en Suecia ni en Noruega. Fue una convivencia muy estrecha, muy intensa, muy hermosa. Por qué no decirlo: tremendamente emotiva. Este grado de conexión, de afinidad e intimidad, no sólo se manifiesta en la pieza que mostraré en el (S8), que daba sin duda pie a ello al desarrollarse en el contexto de mi “familia de acogida”, sino también en otro proyecto que filmé también allí en el Sahara y que estoy deseando comenzar a montar.
“Caminante que vas buscando la paz en el crepúsculo” que cantaba Battiato, ¿cómo sigue el camino? ¿Qué proyectos preparas?
Creo que lo primero que intentaré hacer, sin duda, es tratar de consumar todos estos anacos, de hacerlos evolucionar hasta conformar películas “acabadas”. Me gusta revelar el “proceso”, desenmascararlo y evidenciarlo, hacer y deshacer, dudar, replantear, reformular, remontar, reinventar… Sé que no es el procedimiento habitual, pero me siento cómodo compartiendo los proyectos aún en construcción, mostrarlos y discutirlos durante su propio desarrollo. Sin embargo, también es cierto que puede llegar a convertirse es un proceso obsesivo, reiterativo, asfixiante. Soy consciente de que algún día tendré que convencer a ese Pigmalión que llevo dentro de la necesidad de emancipar esas imágenes, liberarlas, “dejarlas ir”. Por otra parte, también tengo que finalizar un proyecto al que tengo mucho cariño, titulado Jet Lag, gracias al que viví el rodaje más atípico, (in)tenso, insensato y pendenciero de mi corta carrera. Fue una experiencia extraordinaria, inolvidable, que tuve la suerte de compartir con una canalla tan profesional y encantadora como Beli Martínez.