La cineasta alemana Lotte Eisner habla del poder apabullante de los retorcidos decorados de la película que abrió el Expresionismo, y que abrirá el (S8) el 31 de mayo a las 19h. en su versión restaurada sonorizada en directo por Eunice Martins en el Teatro Colón. en un fragmento de su libro La pantalla diabólica, publicado originalmente en 1952.
El decorado de Caligari, al que a menudo se le ha reprochado ser demasiado plano, presenta sin embargo una cierta profundidad debido a perspectivas voluntariamente falseadas y a callejuelas que se entrecortan oblicuamente de manera brusca, en ángulos imprevistos; a veces esta profundidad viene dada por una tela de fondo que prolonga estas callejuelas con líneas onduladas. Plástica ésta atrevida, reforzada por los cubos inclinados de casas deterioradas. Sobre una gran extensión, convergen hacia el fondo carreteras oblicuas, curvas o rectilíneas: un muro a lo largo del que se extiende la silueta del sonámbulo, Cesare, las finas tejas del tejado sobre las que se abalanza con su presa, los senderos abruptos que escala en su huida.
Pero estas curvas, estas líneas que se extienden oblicuamente, tienen, como nos indica Rudolf Kurtz, el autor de Expressionismus und Film, un significado claramente metafísico: la línea oblicua produce en el espectador un efecto totalmente distinto al que produce la línea recta, y las curvas inesperadas provocan una reacción psíquica totalmente distinta a la que provocan líneas de trazo armonioso. Finalmente, las subidas bruscas y las pendientes escarpadas desencadenan en el ánimo reacciones que difieren totalmente de las que provocan una arquitectura rica en transiciones. Lo importante es crear inquietud y terror. Por tanto, la diversidad de planos se convierte en algo secundario.
En Caligari, la interpretación expresionista ha conseguido con raro éxito evocar la «fisionomía latente» de una pequeña ciudad medieval de callejuelas tortuosas y sombrías, pasadizos estrechos con casas desmoronadas cuyas fachadas inclinadas no dejan nunca pasar la luz del día. Puertas cuneiformes con densas sombras y ventanas oblicuas con sus marcos deformados parecen corroer los muros. Ante la extraña exaltación que domina este decorado sintético de Caligari, recordemos una declaración de Edschmid: «el expresionismo evoluciona en una excitación perpetua». Esa casa o ese pozo apenas esbozado en el ángulo de una callejuela parecen en efecto vibrar con una vida interior extraordinaria. “El carácter antediluviano de los instrumentos se aviva”, dice Kurtz. Henos aquí ante lo patético inquietante que es creado, según Worringer, por la animación de lo inorgánico.
Esta impresión no sólo emana de un don extraño que tienen los alemanes, acostumbrados a las leyendas salvajes, para dar vida a los objetos. En la sintaxis normal de su lengua, los objetos tienen una vida activa, completa: para hablar de ellos se emplean los adjetivos y los verbos que se utilizan para hablar de los seres vivos, se les conceden las mismas cualidades; actúan y reaccionan igual. Mucho antes del expresionismo, este antropomorfismo se había llevado ya al extremo. En 1879, un escritor alemán, Friedrich Vischer, habla de manera bastante seria en su novela Auch Einer de la “perfidia del objeto” que acecha con alegría maligna nuestros esfuerzos vanos por dominarlo. Es bajo esta luz como aparecen ya los objetos hechizados del universo obsesivo de Hoffmann. (El objeto animado dominará siempre el narcisismo alemán). Bajo la fraseología del expresionismo, la personificación del objeto aumenta: la metáfora se desarrolla y mezcla personas y objetos.
Así, para los autores de lengua alemana, la calle resulta ser frecuentemente diabólica: en El Golem de Gustav Meyrink, las casas del gueto de Praga, colocadas en cualquier lugar, igual que malas hierbas, parecen tener una vida pérfida y hostil “cuando la niebla de las tardes de otoño se estanca en las calles y vela su imperceptible mueca”. Tienen el poder de privarse de su vida y de sus sentimientos durante el día; las prestan entonces a sus habitantes, criaturas enigmáticas que viven en lo más profundo de su alma y erran sin voluntad, animados débilmente por la presencia de una corriente magnética invisible. Pero, durante la noche las casas reclaman su vida con un interés usurero a sus habitantes irreales: se ponen en guardia con rostros llenos de maldad indecible. Las puertas se convierten en bocas abiertas y en gargantas capaces de arrojar llamadas estridentes. Kurtz declara que “la fuerza dinámica de los objetos grita su exigencia de ser creados”. Esto es lo que explica la obsesión que impregna el hechizado decorado de Caligari.
Gala de Inauguración. El gabinete del doctor Caligari restaurada.
Sonorizada en vivo por Eunice Martins.
Domingo 31 de mayo a las 19h.
Teatro Colón