Latitude Mesh de Agnès Hayden, fue el proyecto elegido en la pasada convocatoria de BAICC – Residencia Artística Internacional de Creación Cinematográfica 2023/24 promovida por el (S8) junto a AC/E y el LIFT.
Agnès Hayden estudió en la ECAM, se especializó en Dirección de Fotografía por el Instituto del Cine de Madrid, donde investigó las posibilidades de la fotografía en el medio, y realizó un máster en LAV. En septiembre de 2023, Agnès Hayden viajó a Toronto para trabajar en las instalaciones del LIFT (Liaison of Independent Filmmakers of Toronto), en su innovador proyecto enfocado en la investigación de la emulsión fotoquímica artesanal.
Al término de esta residencia, comparte aquí su práctica allí: el resultado de un diálogo entre los químicos, sus pinceladas de emulsión casera y la luz. Una profunda investigación en las magnitudes físicas de la película, maravillosamente expresada en esta entrevista, que nos deja deseosas de su estreno mundial en el (S8) XV Mostra Internacional de Cinema Periférico, que tendrá lugar en A Coruña entre el 31 de mayo y el 9 de junio.
– ¿Podrías realizar una pequeña introducción de tu proyecto ‘Latitude Mesh’?
Latitude Mesh es un proyecto fílmico enfocado en la investigación de la emulsión fotoquímica artesanal, sus características y posibilidades, y su diálogo con otras emulsiones manufacturadas. La película, conceptualmente, representa un descenso en la sensibilidad fotográfica, desde la emulsión reversible Tri-X, pasando por la emulsión 3378 de alto contraste para copia de películas y, finalmente, mi propia emulsión, fabricada de forma casera a base de químicos fotosensibles.
– Cuéntanos brevemente cómo fue el proceso de creación durante tu estancia en el LIFT de Toronto.
Mi proceso de creación se basó en la filmación de estos tres tipos de película, poniendo especial atención a la emulsión casera. Mi trabajo consistió en encontrar el compás entre todas las emulsiones. Un día creaba el líquido fotosensible, pintándolo sobre la base de película y dejándolo reposar a oscuras, y al día siguiente salía a filmar por Toronto con los otros tipos de película, mientras la emulsión casera terminaba de asentarse.
Pasaba la mayoría del tiempo en mi cuarto en LIFT -que el staff previamente había aclimatado a mis necesidades- en el que contaba con oscuridad total, una doble entrada fabricada con cortinas para protegerla de la luz, químicos, mesa de luz, rebobinadora, una mesa amplia donde poder colocar la película una vez había sido pintada con la emulsión casera… El segundo sitio que más frecuentaba era el cuarto de revelado, donde procesaba las pruebas hechas con la emulsión, para encontrar los métodos y tiempos más óptimos de procesado. Allí también revelaba el resto de emulsiones, y probaba otras cosas al margen de mi obra, como solarizaciones o revelados experimentales.
Fue muy edificante para mí estar tan inmersa en el proyecto gracias a las condiciones que se me brindaron. Me hizo conectar con mi trabajo de una forma especial e íntima. Mi forma de ver la obra fue moldeándose y evolucionando a lo largo de los días a través del trabajo constante y análisis profundo de esta. Fue un diálogo entre mis expectativas y pensamientos sobre las imágenes y lo que ellas me ofrecían tras revelarlas.
– ¿Cómo ha sido la acogida que has tenido entre la comunidad de cine experimental de Toronto y qué sensaciones te transmitió el poder trabajar en un espacio como el LIFT?
Estoy muy agradecida por el cariño que sentí durante mi residencia. Todo el staff estuvo atento a mis necesidades (que, para mi proyecto, eran bastantes) y me enseñaron mucho sobre el medio fílmico. Al llegar, esperaba algo más rígido y formal, sin embargo, la sensación siempre fue que estaba haciendo una película entre amigos.
Durante mi estancia, artistas y miembros de LIFT iban y venían constantemente, trabajaban en su obra, charlaban con el staff y conmigo… Era muy inspirador ver que la comunidad del cine experimental en Toronto está tan viva en estos momentos. Y que tanta gente joven sentimos inquietud por trabajar en analógico. Espacios como LIFT facilitan algo así, que, a priori, podría presentar muchas dificultades. Creo que es la solución idónea para que el método fílmico se mantenga activo, y se generen nuevos lenguajes a través de este. Quiero agradecerles especialmente a Robin Riad -técnica y administrativa en LIFT- y a Esteban Powell -miembro de LIFT, ex-técnico y administrativo junto a Robin- por su cercanía, consejos y apoyo, ya que nada más llegar conectamos, y desde ese momento estuvieron a mi lado.
– Tu trabajo destaca en la exploración técnica y el conocimiento de los procesos creativos en soporte fotoquímico. ¿Cómo ha influido en el desarrollo artístico de tu obra tu paso por el LIFT? ¿En qué has podido profundizar allí?
Tras descubrir las posibilidades de la emulsión casera, me obsesioné con el concepto. Estar en el proceso de creación de la película previamente a que la emulsión exista siquiera es algo muy especial. En mis primeras pruebas y filmaciones, sentía una cercanía con los resultados que nunca he sentido filmando de manera convencional.
Me gusta la magia de la inocencia, el no saber muy bien cómo surgen esas imágenes en el celuloide, pero me gusta más aún entender las cosas en profundidad. Comprender cómo y por qué surgen esas imágenes, y saber generarlas yo en consecuencia.
También me gustaba la idea de comportarme como una alquimista contemporánea durante un tiempo.
Durante mis múltiples encuentros con la emulsión líquida y el celuloide, entendí la película más como un cuadro en movimiento que como una película en sí. El proceso tan artesanal de mezclar químicos, hacerlos reaccionar, y pintar a brochazos sobre la base de poliéster, como si se tratase de óleo sobre lienzo, acerca a la obra más a la pintura que a la forma cinematográfica usual. La diferencia es que yo trabajaba en la oscuridad.
Y, pese a ser un trabajo en el que la imagen en sí queda relegada a un segundo plano, en comparación a los momentos que rodean a la filmación, sigue siendo una obra cinematográfica. Todo es susceptible al cambio. Algo rígido y establecido como la proyección a 24 frames por segundo puede desarmarse rápidamente en cuanto eliminas la separación entre un fotograma y el siguiente.
– ¿Qué estímulos encuentras en el formato analógico de la imagen en movimiento y qué crees que aporta a tu proceso de creación esta elección?
Que la luz sea la que plasma la imagen en la emulsión, sin necesidad de transformación o decodificación, en contraposición a la grabación digital, me parece muy inspirador en el medio analógico. Es crudo y es todo lo real que la imagen puede ser. Y a su vez, pese a estar hecho de luz, el analógico le ofrece a la película una magnitud física; no son solo las imágenes, sino que también es su propio soporte, es la unión física entre fotogramas, el traqueteo del proyector de fondo..
Es imposible llevar Latitude Mesh a otro formato que no sea el analógico. Es la investigación del formato en su aspecto más corpóreo, dejando a un lado lo pictórico. En cierta forma, dejé que la película me ofreciera las imágenes sin ninguna expectativa, porque, en un proceso tan caótico, no se pueden prever los resultados. Se convirtió más en un diálogo entre los químicos, mis pinceladas y la luz, que mi idea preconcebida y el resultado final.
Ese caos que ofrece el analógico también me parece muy edificante para la obra, se puede tener un plan, pero después hay que dejar que derive.
– ¿En qué parte del proceso se encuentra el proyecto en estos momentos y cuáles serán los siguientes pasos a seguir?
Terminé el sonido de la obra hace unos días y ahora mismo estoy montando la película, guiándome a través de la idea previa editada en digital. La última fase del proyecto será sincronizar, en la medida de lo posible, el paisaje sonoro que he producido para la película y las imágenes en sí. Ajustando cosas aquí y allá. La emulsión casera no puede proyectarse tantas veces como una emulsión manufacturada porque es más frágil e inestable, así que tengo que dejarme guiar por la intuición a la hora de montar.