GAËLLE ROUARD
PROGRAMA
Sala (S8) Palexco | Viernes 7 junio | 17:00 horas | Entrada libre a todas las sedes hasta completar aforo. No será posible acceder a las salas una vez empezada la proyección.
DARKNESS, DARKNESS, BURNING BRIGHT
Gaëlle Rouard | 2022 | Francia | 16 mm | 70 min
Película hecha a mano en dos partes, en la que se explora un paisaje rural de connotaciones míticas. El filme constituye un díptico; primera parte: Prelude, segunda parte: Oraison.
Una oscuridad, una oscuridad cuyo fuego brilla
en los bosques de la noche.
Amplios senderos floridos, ramas nuevas;
arboledas llenas de perfumes, pájaros y susurros;
lugar a menudo vuelto a ver y siempre contemplado.
(…)
Una oscuridad, una oscuridad cuyo fuego brilla
en los bosques de la noche.
Y el loco impulso de esta alma angustiada
y que tenía la frente circundada de cobre bajo la luna.
(…)
Hierbas frágiles, ramas tiernas, malvarrosas
y la sombra que roza y el viento que anuda
y fuerte, con los puños de sus nubes,
en el horizonte verdoso, aplasta soles.
GAËLLE ROUARD
EMULSIÓN Y LITURGIA
La creación de pigmentos era una parte muy importante del trabajo y las rutinas de los pintores en los tiempos antiguos. Recurriendo a insólitos materiales, se intentaba imitar o superar los colores de la naturaleza: arcillas y rocas pulverizadas tratadas al fuego o con otras sustancias, madera o huesos carbonizados en polvo, mezclados con grasas, gomas o ceras para poder ser aplicados. Minerales como el sulfuro de cadmio (amarillo), óxido de hierro (rojo), óxido de cromo (verde) o ferrocianuros (azul prusia). Animales como las cochinillas (rojo carmín), y varias especies de caracoles marinos (púrpura), y plantas para generar el azul añil. El amarillo indio se cree que se producía recolectando orina de ganado alimentado únicamente con hojas de mango. El pintor flamenco Jan van Eyck generalmente no empleaba azul en sus obras, pues se obtenía del polvo de piedras semipreciosas como el lapislázuli: un gran lujo que debía ser pagado. La búsqueda del color, de los tonos perfectos, era toda una aventura alquímica antes de la producción industrial.
La llegada del cine, y del cine a color, trajo consigo también un sinfín de procesos de color, más o menos reducidos a convenciones en cierto momento con las emulsiones industriales de color. Sin embargo, en este mundo de productos prefabricados hay cineastas que al igual que los pintores flamencos y renacentistas, buscan las sustancias que les den los tonos y saturaciones perfectos, experimentan con la fotoquímica, las emulsiones, los tiempos y temperaturas de revelado para dar con visiones ultraterrenales. Es lo que hace desde su laboratorio-atelier, en una casa en el campo francés, Gaëlle Rouard. La de Rouard es una búsqueda paciente: su camino en el cine empieza en los 90, en los primeros años del laboratorio autogestionado por artistas MTK en Grenoble (uno de los primeros del mundo de esta clase), del que formó una parte importante: estuvo al frente del laboratorio entre 1996 y 2006. Durante esos años en MTK, Rouard se abrió al experimento y al accidente, llegó a conocer bien sus materiales y a dar con nuevos hallazgos, en muchas ocasiones trabajando con metraje encontrado y elaborando imágenes para performances colectivas multiproyector. Su primera película en solitario llega también con la separación de MTK: Unter, en 2011. Y lentamente se iría moviendo hacia las imágenes creadas por ella misma que filma pensando ya en las maneras de revelarlas y alterarlas fotoquímicamente.
En su mayoría, las películas de Rouard se componen de imágenes del mundo natural. Y es justo aquí usar el verbo “componer”, pues en muchas ocasiones son un collage casi imperceptible en el que una imagen se mete dentro de otra, o en el que varias imágenes emergen de la oscuridad, paisajes imposibles. Muchas veces su cine hace pensar en un mundo de sombras, que lo contiene todo, y que se ilumina por partes descubriendo maravillas ocultas a la vista, que sólo aparecen al ser tocadas por su cámara. En ocasiones, las diferentes partes que contiene esa imagen se mueven a velocidades distintas, acentuando así el halo mágico que cubre todo su cine. Las películas-cuadros en movimiento de Rouard inducen estados meditativos y místicos, y de ahí que se sienta cada proyección como una suerte de acto litúrgico. Los colores, sobrenaturales, insólitos, fruto de su trabajo con la química del cine, son parte de ese poder, como lo es también el sonido. Rouard trabaja esta parte de sus películas con una manera de operar y una intensidad similares a la de la imagen. Sus bandas sonoras son collages que incluyen ruidos naturales y humanos, músicas, campanas, samples borrosos de películas antiguas, silencios intencionados y grabaciones de campo, entre otras cosas.
En el programa que le dedicamos, por un lado proyectará ella misma su largometraje Darkness, Darkness, Burning Bright, y acogeremos en la sección Desbordamientos la proyección performativa de algunas de sus obras. Películas como Unter (2011) y Les noces rompues (2014), en las que emplea metraje encontrado. En esas sutiles performances, Rouard detiene la película, la interviene en directo colocando lentes anamórficas y prismas delante del haz de luz del proyector, entre otras operaciones.
Darkness, Darkness Burning Bright se compone de dos partes, Prelude y Oraison. Como Rouard especifica, la copia que suele proyectar no es una copia, sino el original de la película: no trabaja en negativo sino en reversible, o con película solarizada, de modo que lo que vemos es lo que sale de su atelier de pintora-cineasta. La película nos conduce por un paisaje oscuro, crepuscular, en donde la luz parece emanar directamente de los animales, las montañas, los árboles, las plantas. Hay rimas entre imágenes, hay recurrencias sonoras. Nos adentramos en un mundo natural que no parece de este mundo, el estado emocional de quien contempla la película es alterado sin remedio. Es así como la liturgia que emana de la emulsión se derrama sobre nosotros, pues la proyección de Darkness, Darkness Burning Bright es toda una ceremonia para esos “creyentes del cinema” de los que hablaba José Val del Omar.
Elena Duque