Sinais, nuestro programa de cine reciente de España y Portugal, visto desde la otra orilla por Ivonne Sheen, programadora de Sinais Latinoamérica.
La experiencia de capturar y proyectar imágenes como un evento, una situación, una memoria, un detonador, una navegación en la obscuridad submarina. Dentro de campo, fuera de campo, en el medio de esos espacios efímeros, estamos nosotres, quienes miramos. Nos convertimos en testigos de un muchos rrriiitmos.
Nuestro reflejo se distorsiona y completa con dispositivos trascendentales como lo son la cámara y los espejos, las superficies reflectantes en las que múltiples planos convergen y tal vez algunos de ellos permanecen en el plano de lo invisible, pero aún así afectan lo que percibimos y sentimos como el acto de mirar. Me pregunto en qué piensan aquellas personas con las que chocamos hombros, codos, sudores y sonrisas, en medio de las urbes inquietantes, cómo nuestra dimensión personal se expande y conjuga con la sombra y reflejos de un todes impersonal y personal al mismo tiempo. Tal vez la cámara a veces nos acerca pero también nos distancia, tal vez puedo tocar tu huella dactilar si me acerco a mirarte no a los ojos, si no a los gestos que tu cuerpo aprehendió, a los ritmos que provocas con las materias y aquellos sonidos que evidencian esos roces. Un cine que se hace con las manos, con el cuerpo y la materia, con el cuerpo y la máquina; y nos involucra.
Siempre hay un culpable en la existencia de las imágenes.
La construcción de una ciudad y la persistencia de los árboles y las piedras que las habitan, aunque la realidad es a la inversa, es que nosotres las empezamos a habitar. Las manos de los humanos dándoles formas y convirtiéndoles en estructuras de vivienda, históricas, en monumento. Nuestra mirada en la ciudad se acostumbró más a mirar por aquellas rendijas y formas. ¿Qué nos dicen los árboles y las piedras del tiempo y el movimiento? Qué nos enseñan del mirar los colores y destellos de un cuerpo de agua. Un lago y su sacralidad que es oráculo.
Las relaciones en las urbes que se atraviesan por la diáspora y que se recuerdan en las manos, en el paladar, en los olores. Conocimientos basados en experiencias del comer, del sembrar, y el ver crecer a plantas que nos dan frutos. Frutas que son parte de identidades. Un nosotres con una memoria expandida, migrante. Que nos recuerda a un cistema en el que nos criamos y que grupos como los okupas resisten desde la dimensión esencial del derecho a una vivienda autónoma, que supera a las violencias del Estado y que se enfrenta constantemente a la violencia policial. Los verdugos a veces son aquellos que mejor saben observar, pero es una observación en la que la mirada violenta y en el que nos volvemos objetos para la opresión.
Entonces, un hombre palo que subvierte el espacio público y aunque se sienta marginal, tal vez hay algo de libertad ahí al no ser visto como alguien más, un DNI más. Su de-corporalidad lo absuelve de ser un verdugo de la imagen y su anti mimetismo humano es el de un anonimato que resiste, abrazado por el grupo de les nadies. Y mis ojos entonces también quiero que se transformen y entonces mirar con colores expandidos, alimentar mi imaginación, mis mitologías, convertir mis ojos en ojos de agua, en un parpadeo incompleto en el que algunas vacas caminan y el paisaje se transforma fragmentariamente o de múltiples colores desacoplados. En los ojos de una culebra. Una danza de neón en una oscuridad citadina, como un ensueño, como cadáver exquisito. En una ciudad capitalina que se fragmenta y despliega a través del lente-mirada.
Pequeños ojos que permiten ver en la oscuridad submarina. Criaturas de colores vibrantes. Tal vez con el cine podemos imaginar esa posibilidad de un par de ojos que nos permitan tener un alcance animal. Como una abeja polinizando flores, como un colibrí bebiendo del néctar con su frenesí. Tal vez el cine de nuevo, nos abra los ojos a ese movimiento, a esos colores y olores.
Las manos y cuerpos que transitaron más tiempo que nosotres, que conocen el trabajo con la tierra y con el mar. Que tejen artesanalmente y corean ritmos de una colectividad vital, tal vez esa imposibilidad de poder moverse con esa rítmica está redimida con los cortes fílmicos. Una rítmica haciéndole homenaje a otra rítmica. Tal vez a una rítmica de la tierra también, una rítmica cuasi sísmica.
Un juego entre dos camarógrafes que liberan al acto de filmar de su posesión, y en vez de ello, el deseo por capturar deja en evidencia a les agentes. Los culpables son también las víctimas, y nosotros les cómplices. Danzas ondulantes. Masanao Abe fue un científico y artista, que estudió el movimiento de las nubes, es que hay que aprender a observar con amor y respeto, hay mucho que aprender de ellas, tal vez son también un libro que ignoramos.
Ivonne Sheen M.
A Coruña, junio 2024