La artista venezolana Valentina Alvarado Matos nos habla del proceso detrás de voy raspando la hoja y la voz, parte de nuestra Sección Desbordamientos, y de la importancia del collage, lo fragmentario y la permeabilidad de significados entre imagen y sonido en su trabajo.

¿De dónde parte la idea para voy raspando la hoja y la voz?
voy raspando la hoja y la voz tiene varias raíces. Por un lado, nace de una revisión de imágenes filmadas durante los últimos años; por otro, de una conversación surgida a partir de un sueño con Mila, mi madre; y además, forma parte de una investigación en curso sobre el paisaje como archivo y experiencia sensorial. Me interesa explorar cómo se sedimentan ciertas imágenes —a veces en la retina, otras en la memoria— y cómo, al activarse, generan desplazamientos no solo visuales, sino también afectivos.
La pieza se vincula con otros trabajos donde pienso la imagen en movimiento como un cuerpo fragmentado, que se arma desde lo residual, lo que cae fuera del encuadre o lo que no termina de revelarse. También dialoga con la escritura, con esa hoja que se raspa, como intento de encontrar la voz entre capas de papel, sonido y película.
Esta obra integra un proceso más amplio que explora la relación entre paisaje, cuerpo y lenguaje. Creo que releer el archivo personal permite construir un tiempo quebrado, no lineal, donde distintas capas de experiencia se superponen, quizás como ocurre en la memoria.
¿Cómo surge el título de la pieza?
¿Es la hoja de un árbol o una hoja para escribir? El título voy raspando la hoja y la voz aparece como resonancia de la acción de escarbar, de ir hacia dentro, tanto en la imagen como en el sonido. Es casi un murmullo persistente que se repite mientras trabajo, sugiriendo una insistencia por encontrar algo entre lo dicho y lo callado, lo escrito y lo borrado.
Me interesa pensar esa “raspadura” como un lugar de fricción, un espacio donde se rozan lo visible y lo oculto, lo que se quiere nombrar y lo que permanece ¿en la sombra?. Es una imagen tentativa, que duda y que llega a destiempo, como si la palabra precediera o siguiera a la imagen, condensando la compleja relación entre cuerpo, palabra e imagen que atraviesa toda la pieza.
En la performance ocupan un lugar importante las grabaciones de sonido, así como los loops de cinta de cassette, ¿nos puedes hablar del trabajo sonoro de la pieza?
El sonido funciona como una capa casi tectónica que puede tensar, acompañar, interrumpir o anticipar la imagen. Esta dimensión fragmentaria y collage no solo se expresa visualmente; me gusta pensar en la palabra textural: texto y textura entrelazados. Me interesa que las lecturas se atropellen, entendiendo el acto de leer en voz alta como un espacio de ensayo, error y resultados inciertos.
Trabajo con grabaciones de voz, ambientes y textos que ensayo en voz alta, junto con loops de cinta que generan una respiración artificial: una repetición siempre distinta y en deterioro. Estos loops surgieron tras colaborar con mi amiga y música Dania Shihab; mientras yo acompañaba sus composiciones con loops de imagen, ella me mostró sus cassettes y loops en un taller conjunto de imagen y sonido, y desde entonces los he explorado en mi proceso.
Esta insistencia en lo sonoro es también una manera de pensar la memoria: cómo suena una imagen ausente, qué ritmo tiene un recuerdo y cómo se enuncia algo aún sin forma definitiva.
En cuanto a la imagen, es una mezcla de registros en 16 mm, hechos en Venezuela (si no me equivoco) y diapositivas. ¿Nos puedes hablar cómo vas encajando esas piezas?
Trabajo con una mezcla de registros en 16 mm, algunos filmados en Venezuela y otros en Barcelona, junto con imágenes descartadas de otros procesos —pruebas y retazos— y diapositivas que introducen capas más quietas y contemplativas, casi como imágenes detenidas que respiran junto a la película.
Hay algo cercano al collage en esta forma de encajar piezas que no necesariamente pertenecen al mismo tiempo o espacio, pero que en el montaje encuentran un ritmo común. Esta lógica fragmentaria, casi como una constelación de momentos, me ayuda a que las imágenes dialoguen desde lo emocional y lo simbólico, más allá de una linealidad temporal concreta.
Lo que me interesa es cómo la imagen, al salir de su contexto original, se reconfigura y habla desde otro lugar. Volver al archivo personal y seleccionar imágenes es un acto de elección afectiva: ¿por qué reaparece esta y no otra? Como me escribió una vez la investigadora Suset Sánchez, esa separación y recontextualización del archivo personal activa nuevas memorias y transforma no solo la imagen, sino también la manera de pensar el montaje, memoria y relato
El ritmo de la performance es también parte importante, ¿existe algo así como un «relato» en torno al cual la articulas?
Aunque no hay un relato lineal, sí existe una estructura interna que permite activarla. El ritmo lo marcan las bobinas de 16 mm con sus pausas, el sonido que atraviesa, y las pausas de las diapositivas de 35 mm (algunas half-frame, fragmentadas en dos imágenes). Desde la intuición, el montaje relaciona imágenes que no siguen un tiempo lineal, sino que se ordenan en tonos sutiles: rojos, azules, verdes, amarillos, para formar un relato que guía ese paseo.
Más que un relato concreto, la pieza es un cúmulo de gestos, sonidos e imágenes que aparecen con un ritmo respiratorio: pausas, suspensiones y repeticiones marcan momentos. Voz, imagen y sonido se encuentran y se interrumpen o acompañan mutuamente, articulándose a través de asociaciones poéticas más que estructuras definidas. A veces la imagen anticipa la palabra; otras, la palabra llega primero y la imagen responde como eco.
Me interesa ese desfase, ese tiempo quebrado donde fragmentos se conectan de manera imprevisible: lo visible y lo sugerido, entre lo mostrado y lo que queda fuera del cuadro.
Las imágenes se activan y surgen como sueños o recuerdos tentativos, frágiles e incompletos. Ojalá no exigir que las imágenes se «cumplan» o se efectúen sino que se abran, se evoquen.