En esta edición, donde hemos tenido el trabajo del pintor coruñés Urbano Lugrís como faro guía, hemos preparado un programa inspirado en su concepción alucinada y surreal del paisaje, «Paisajes encantados», que reúne el trabajo de cineastas como Charlotte Pryce, Gaëlle Rouard , Fernanda Vicens, Detel Aurand, Ute Aurand, Jan Švankmajer, Jenniffer Reeves y Anita Thacher. Reproducimos aquí un fragmento de uno de los textos de Lugrís, en el que proyecta su querido paisaje marítimo sobre los campos de Castilla. Un texto extraído de la compilación editada por Editora Alvarella y hecha por Olivia Rodríguez González, Balada de los mares del norte. Poemas, cuentos y ensayos, 1942-1973, que recupera, por vez primera, la obra escrita dispersa, olvidada o inédita de Urbano Lugrís.
Aún me parece –no, la oigo con claridad onírica, con verdad de sueño–, escuchar la donda, redonda voz del mar en este mi agreste retiro, cercado por los hermosos alcores de Castilla.
Al mundo selenita que vibra ante mis ojos al sol candeal del verano palentino –sol de estaño, montes de arena, chaparros negros–, asocio con frecuencia, por no sé bien qué electivas afinidades mágicas, el otro ancho campo móvil del mar, el canoro y sonoro ámbito de barcos y olas errantes. “Mar de tierra”… “Océano fósil”… No, no es esto. Es que estas tierras últimas, tierras de Juicio Final, de Danza de los Muertos, de osamentas perdidas entre los trigos canijos, de jumentos cansados, de hombre de sílex –el mirar, cejijunto–, despiertan en mí –en mi alma marinera, talassocrática–, la morriña y la sed de las vegas armoniosas vera de la mar, las playas recoletas con hinojos, madreselvas, digitales y laureles; y los pinos, sugiriendo música, paz.
A veces, en la alta noche –el cielo de Castilla es entonces como una fraga inmensa tachonada de belloritas de luz y el viento entre los chopos, el viento casto y fresco de la Brújula, finge el rumor del mar en la resaca, y el engaña-pastor, con su largo silbo melancólico, juega, en los extensos pastizales dormidos, a ser gaviota o golondrina de mar. El cuerno del porquerizo, la bocina del castrador, completan esta magia marinera en Castilla, este nostálgico espejismo con que el alma, tocada del mal de ausencia, inventa para su consuelo un fantástico mar interior.
Extracto del texto «La voz del mar», publicado en el Faro de Vigo, abril, 1953.