La Cineteca Nacional de México, una de las más importantes del mundo, estará presente en esta edición del (S8). Los vínculos entre el cine mexicano y España vienen ya de muy atrás, motivados por las corrientes migratorias. Es el caso del personaje que compone uno de los programas que presentamos en la sección Archivos Históricos: Juan Orol. Una auténtica leyenda del cine mexicano que, a pesar de ser gallego, apenas es conocido en España.
Una de las primeras cosas que llama la atención de la vida de Orol es su azarosa trayectoria. Nacido en Lalín en 1893 (aunque el aseguraba haber nacido en 1897 en El Ferrol, como el Caudillo), Orol emigró a una edad muy temprana a Cuba sin el apoyo familiar, De Cuba, tras penurias y vicistudes varias, pasaría más tarde a México. En este interín, Orol ejercería de lanzador de beisbol, mecánico y piloto automovilístico, boxeador y actor de teatro. Más adelante se haría torero, oficio que ejerció durante unos siete años con irregular éxito, tras los que formaría parte de la policía secreta. A través de su trabajo como publicista radiofónico Orol entraría en contacto con la incipiente industria cinematográfica mexicana, que entonces empezaba a producir las primeras películas sonoras (de las cuales veremos en el (S8) la primera, Santa, dirigida por el también español Antonio Moreno). En los primeros 30 empezaría Orol en esto del cine, atravesando diversas etapas que vienen marcadas por las actrices con las que Orol mantuvo estrecha relación profesional y sentimental. Consuelo Moreno y María Antonieta Pons protagonizan las dos primeras “eras Orol”, en las que se consolidó como taquillero director de modestas producciones folletinescas que sabían tomar el pulso al público popular al que se dirigían.
Rosa Carmina sería su siguiente musa, que le acompañaría en su etapa más exitosa y brillante, entre 1946 y 1955. Descubierta en Cuba con apenas 17 años, Carmina fue una de las más célebres actrices de los que se conoce como el “cine de rumberas”, bomba sexy protagonista de un cine lleno de pasiones, crímenes y números musicales, y estrella que protagonizó los sueños húmedos de más de una generación de latinoamericanos. Sandra, la mujer de fuego -que se proyectará en el (S8)- es uno de los mejores ejemplos del cine de Orol con Carmina (que mucho después sería reflotada en cintas como Pantaleón y las visitadoras). La película cuenta la historia de la neumática Sandra, que confinada en una supuesta plantación de Haití con un marido que no puede satisfacer sus deseos carnales, enloquece bajo el embrujo de los tambores mientras los peones la acechan febriles de pasión. Una trama con visos delirantes en la que los ganchos para la audiencia son la violencia, los elementos sexuales y la música, gran protagonista del cine de Orol, y ejemplo del cine que practicaba.
Se habla de Orol como maestro del cine camp. Ese cine en el que el mal gusto, lo vulgar y lo inverosímil terminan por convertir a estos productos en obras sublimes. Tramas y personajes de historieta, pasiones exacerbadas, una voz en off trágica y magistral y eso que se ha terminado llamando el “surrealismo involuntario” son sellos de la casa de Orol, que a fuerza de querer imitar sin pretensiones al cine de gangsters que tanto admiraba, y de querer cautivar al público con esquemáticas historias que reflejan las más básicas pasiones e instintos humanos, terminó por desarrollar un cine único y personal. Películas sin las que no se puede entender la cultura popular mexicana de los años 30 a los 50, de un autor del que David Ramón dice una frase tan definitiva como reveladora: “nuestro pre-Warhol, el hombre de la cámara más mexicano, creador no sólo del cine sino de la cultura pop y del sentimentalismo mexicano pero sobre todo, autor de cine que con su ausencia o presencia se podría definir cabalmente el cine mexicano”.