En una pequeña tienda de Londres se esconde un guardián del celuloide analógico. Ümit Mesut -imagen del (S8) 4ª Mostra de Cinema Periférico- posee una de las mayores colecciones del mundo.
Ümit Mesut tiene un tupido bigote, gafas graduadas de aviador y una misión: salvar el celuloide. En un insospechado rincón del Este de Londres apila en aparente desorden su grandiosa colección de películas, cámaras y proyectores de Super-8, 8, 9.5 y 35 milímetros. La parada del autobús 48 en Hackney Baths está frente a la fachada de este lugar inclasificable que cualquiera que tenga un vago interés por el cine debería visitar: videoclub, tienda de chucherías, museo y ágora cinéfila si surge la ocasión. Ya no da entrevistas. “He dado demasiadas en mi vida”, dice. Pero difícilmente le negará una charla sobre la historia de su negocio o un consejo cinéfilo a cualquiera que entre en su reino. Al fin y al cabo, esa es su labor en este planeta: divulgar las bondades del celuloide y su indiscutible superioridad frente al digital: “Esto es Super-8, no vídeo o DVD basura”, afirma, orgulloso. “El Super-8 es plata, el digital es… ¡óxido!”. Como un pastor divulga su religión, Ümit extiende la palabra del cine, ese que se dejó de apreciar en los años 80, cuando las cámaras y proyectores que abarrotan su tienda dejaron de fabricarse. “La imagen analógica es orgánica y real, tiene corazón y alma. En el digital todo está homogeneizado, como lavado, incluso en HD”, se lamenta.
Tiene 52 años, lleva 30 al frente de esta tienda y desde los 16 colecciona películas. “Tendría como seis o siete años cuando me enamoré…” del cine, se entiende. “Sería el año 67 o 68 y un amigo me invitó a su cumpleaños. ‘Veamos una peli’, dijo. Yo pensé que íbamos a ver la tele, pero no. Su padre tenía un proyector Eumig de 8 milímetros y una pantalla de dos metros. Vimos una edición de Simbad de 20 minutos y me quedé fascinado. Desde entonces no he parado y ahora soy tan afortunado que tengo probablemente una de las mayores colecciones del mundo”.
Ümit no piensa mucho en el dinero, simplemente compra sin ton ni son material que otros no aprecian. Tiene hasta filmaciones de los hermanos Lumière. Algunas de sus cámaras valen miles de libras. “Pero no es cuestión de dinero —aclara—. Tengo máquinas que son irreemplazables”. Su pasión se ha convertido en negocio de manera natural. Ümit acumula películas tan extrañas que la BBC o la Warner Bros. recurren a él cuando buscan material antiguo y exclusivo. “Comencé comprando una Standard de 8 milímetros y seguí con la compra de un proyector. Tuve que ahorrar durante muchos meses. Después pude organizar un taller de animación en mi colegio. Aprendí de Mr. Ray Harryhausen, el maestro de la animación en stop motion”, recuerda detrás del mostrador. “Después los profesores me hicieron responsable de crear un cine en la escuela, que tenía un proyector de 16 milímetros. Alquilábamos las películas y cada semana hacíamos un pase a 10 céntimos para padres y alumnos”.
Con solo 15 años consiguió un trabajo en Rio Cinema, un cine que todavía existe y del que Ümit será siempre invitado de honor. Aunque, en realidad, presume de que le dejan entrar gratis en cualquier cine. Dice que entre sus películas favoritas están el King Kong original o Cinema Paradiso. Como los héroes de sus rollos, Ümit se dedica a salvar un mundo que, dice, “se está quedando sin el alma del cine real”.
Entrevista de Maruxa Ruíz del Árbol originalmente publicada en Dominical y cedida a Sin Fin Cinema.