JET-LAG_Eloy Dominguez1
Por Clara Sobrino
En un principio, Jet Lag pretendía retratar a Diego, trabajador nocturno en una gasolinera de la frontera gallega con Portugal, con la inocente voluntad de observar minuciosamente lo cotidiano. Eloy Domínguez, ayudado por Beli Martínez, quería poner su atención en la soledad que implica este tipo trabajo, así como en la relación que se establece con el tiempo cuando no sucede prácticamente nada.
La cámara estudia y sigue los movimientos de Diego sin involucrarse, posicionando al espectador como un voyeur de sus acciones cotidianas. A pesar de una manera de grabar distante y de apariencia objetiva, las imágenes están pobladas por la creación de un intenso ambiente: el ruido de la carretera, la lluvia, la oscuridad… se sienten con el propio cuerpo, convirtiéndose en materia física y visceral. La rutina y la quietud son, en un principio, las protagonistas, acentuadas por los planos largos de escasa acción. Pero, frente al aburrimiento del protagonista, los detalles hipnotizan al que se deja transportar. A esto se suma la impresión de que la cámara busca algo, dando lugar a situaciones de suspense dentro de momentos supuestamente anodinos. Todo esto, en un lugar, no lugar, tan particular como es una gasolinera, en donde el constante tránsito de personas hace olvidar que también hay individualidades con sus propias vivencias.
En la oscuridad de la noche, que esconde al igual que rebela, y en la que todo es posible, Eloy sugiere en vez de imponer. Pero es la realidad la que desafía a la película. Algo inesperado ocurre cambiando totalmente el rumbo de los planes del director. Es tan sorprendente que el espectador podría preguntarse si es real o si es un montaje, interrogando así sobre la importancia de la veracidad.
Lo que debería estar escondido, es decir, el aparato fílmico, pasa a ser visible, dejando al espectador descifrar y valorar por si mismo lo que se le muestra. Las temáticas de la rutina, la soledad y el tiempo, dejan paso a la reflexión metalingüística sobre lo que implica hacer una película y sobre su recepción por parte del público, tanto el acostumbrado a este tipo de relatos anónimos y pausados como es el de un festival, como el que considera absurdo fijar la atención donde aparentemente no ocurre nada de interés, como defiende el propio Diego.
No solo los sucesos desobedecen al director, incluso los propios personajes le plantan cara, para demostrarle que no tiene el control absoluto de su obra. Eloy y Beli se convierten en testigos de su propio rodaje, siendo entonces personajes integrantes de la historia a la vez que espectadores. A la espera de la nada, del tiempo que pasa, se impone la espera de la acción, del momento clave. El documental se convierte en una película de suspense. Se rompen los estereotipos sobre los géneros del cine, así como sobre las ideas previas que el director quería enseñar.
En definitiva, partiendo de una voluntad documental de realizar un registro vivencial del discurrir del tiempo, Eloy se aleja de sus ideas iniciales para adaptarse a la labor del azar. Pasa en consecuencia a retratar el trabajo fílmico, lo que significa hacer e interpretar una película, creando un peculiar collage que interpela la curiosidad del espectador, atrapado desde el inicio por las sensitivas imágenes.
 
Sinais. Jet Lag
Hoy a las 20.30.
CGAI