JUAN SEBASTIÁN BOLLAÍN

SEAMOS REALISTAS, PIDAMOS LO IMPOSIBLE

Martes 1 de junio | 19:00 h | Filmoteca de Galicia | Reserva aquí tu entrada gratuíta

Que no se entienda mal el encabezar este texto con una de las consignas más famosas de Mayo del 68 (atribuida a Herbert Marcuse, aunque es más bien un refundido de algunas de sus ideas en forma de eslogan). Si la usamos como apoyo para empezar a hablar del cine de Juan Sebastián Bollaín, no es para conectarlo con luchas estudiantiles y obreras, sino más bien para resaltar el ingenio y la lucidez que hay detrás de las disparatadas utopías que relatan sus películas. Hace falta la osadía revolucionaria de proyectar lo imposible en un mundo en el que la realidad se ha estrechado hasta unos límites asfixiantes. Y de la misma manera que al descubrir a Fourier o a Morris (valga el título de esta obra de Morris para saber de qué estamos hablando: Cómo vivimos y cómo podríamos vivir. Trabajo útil o esfuerzo inútil) sentimos el alivio de una clarividencia esperanzadora, al descubrir el cine de Bollaín se siente la alegría de ver que alguien con conocimiento de causa (además de cineasta, es urbanista y arquitecto) proyecta ciudades pensadas en torno al placer, en torno a ese provocativo «cómo podríamos vivir» que dispara las imaginaciones.

Nacido en Madrid en 1945, y transplantado a Sevilla a los 9 años de edad, Bollaín empezó a formarse como cineasta de manera autodidacta desde los 14 años, cuando recibe de regalo una cámara de 8mm. Cuenta Bollaín, quien hasta entonces había visto pocas películas, que a partir de empezar a filmar fue «inventando el cine», sus procedimientos y lenguajes. Desde entonces, el cine formó una parte importante de su vida, desde las «ficciones psicoanalíticas» o documentales de su juventud, hasta los largometrajes de ficción o las series para televisión que filmó. Entre todas esas labores, se dedicó también a la arquitectura y al urbanismo. Una obra profusa, de la que queremos destacar una serie de películas hechas en los setenta que marcan un hito insólito dentro de la historia del cine español, en las que el afán por la experimentación formal confluye con un sentido del humor y un espíritu visionario singulares.

En el primer programa que le dedicamos, recogemos dos encargos de los colegios de arquitectos de Sevilla y de Cádiz, respectivamente. El primero es La Alameda ‘78, una película con la que se buscaba hacer un registro de la configuración urbana y la idiosincrasia de este barrio sevillano, entonces amenazado por un agresivo plan urbanístico que, de haberse realizado, habría barrido con todos sus vecinos y modificado sin retorno la zona. Con un montaje creativo, fuera de la usual relación entre sonido e imagen, Bollaín recoge los testimonios de los vecinos, que hablan de los lazos comunitarios del lugar, marcado por la marginalidad, que fue zona de fiestas flamencas a altas horas de la madrugada en el pasado, y que entonces era foco de prostitución y hogar de las clases humildes. Pero La Alameda ‘78 va más allá de la documentación: la película deja ver el proceso de su propia manufactura, y además aprovecha el valor de lo alegórico en algunas secuencias en las que se emplea una maqueta de la zona. Una maqueta que al principio de la película se remata en un mercadillo al mejor postor (como estaba a punto de ocurrirle a la verdadera Alameda) y luego sufre otras tantas inclemencias que dan de sí potentes imágenes. Por otro lado, C.A. 79. Un enigma del futuro responde a un encargo similar en relación a un proyecto de ensanche de la ciudad de Cádiz (ciudad con difícil expansión por ser un istmo) que jamás llegó a realizarse. Bollain aquí utiliza una estrategia diametralmente opuesta, y en lugar de fijarse en el pasado o presente, figura una película de ciencia ficción en la que la problemática de entonces se discute desde un futuro lejano (año 4000), en donde unos hipotéticos arqueólogos redescubren unos vestigios que para ellos son un enigma, el de una ciudad desaparecida misteriosamente. Una forma de dar la vuelta a lo que sucede en el presente desde una lógica despegada de todo. 

La segunda sesión trae al frente su famosa tetralogía Soñar con Sevilla: Sevilla tuvo que ser, Sevilla en tres niveles, Sevilla rota y La ciudad es el recuerdo. Se trata de cuatro películas hechas en super 8 a partir de una beca de investigación urbanística de la Fundación Juan March de la que salió también un trabajo teórico (El cine y el hecho urbano), en las que a través de imaginaciones disparatadas, llevadas a cabo desde la performance y también desde imaginativos fotomontajes y efectos especiales, se imaginaba una Sevilla utópica. Siendo Sevilla una ciudad en la que la tradición tiene un peso capital, y que cuenta con un paisaje urbano marcado por siglos de historia, son doblemente iconoclastas las ideas de Bollaín, que se articulaban en torno al hedonismo y a la participación ciudadana, ridiculizando los dictados del capitalismo y de las mentalidades conservadoras. Completan esta sesión heterodoxa dos obras que hablan del espíritu inquieto y experimental de Bollaín: por una parte, una selección del Seguimiento del rostro de Felipe, un particular registro del crecimiento de su primer hijo. Y por otra parte, un testimonio de su trabajo frente a la Sección de Cine Experimental de Arquitectura, que fundó junto a Jaime López de Asiain (y dirigió de 1967 a 1971) en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, en la que se pretendía explotar las posibilidades expresivas del cine para plasmar una visión crítica de la arquitectura a través del estudio tanto de edificios históricos como de modernas unidades habitacionales. 

PROGRAMA 1

LA ALAMEDA’78 | Juan Sebastián Bollaín, España, 1978, 16mm a vídeo, 40 min.

«…Se trataba de un debate sobre lo que se podía hacer con La Alameda, porque existía por aquella época un proyecto del Ayuntamiento para derribar lo que había y construir bloques, a lo que el Colegio de Arquitectos se oponía. Los arquitectos decían una cosa; el Ayuntamiento, otra; los vecinos, otra. Yo hice una especie de película debate, con muchas imágenes y opiniones de personas, pretendiendo, además, convertirla en un espectáculo; quería que el resultado fuese atractivo, que permitiera a la gente pasarlo bien, emocionarse y pensar, juzgar críticamente. Para mí, es esa siempre la esencia de una película». (Juan Sebastián Bollaín)

C.A. 79. UN ENIGMA DE FUTURO | Juan Sebastián Bollaín, España, 1979, 16mm, 30 min.

En el año 3000 Cádiz ha desaparecido hace ya bastante tiempo. Un grupo de arqueólogos extrae objetos de un yacimiento junto al mar, donde parece que estuvo la ciudad. En medio del trabajo cotidiano del gran laboratorio, la pareja de protagonistas se ve sorprendida por unas extrañas referencias a algo denominado Cádiz 3. A partir de ese momento, y con el objeto de descubrir la verdadera causa de la destrucción de Cádiz, se iniciará una intensa búsqueda, que deberá conducir a la aclaración del enigma. Con este pretexto se establecen diversos contactos con el Cádiz de 1979, con sus costumbres, sus problemas, y se indaga en la opinión de personas claves en la vida de la ciudad y en la política municipal, por medio de entrevistas en video a través de los siglos.