Ieva Balode, una de las fundadoras del laboratorio autogestionado letón Baltic Analog Lab, nos trae una carta blanca de algunos de los trabajos más excitantes creados por el colectivo.
Fundado en 2016, el laboratorio despliega una actividad que va desde la producción a la formación y a la organización de eventos (como el Process Festival). Esta selección nos trae obras producidas a lo largo de estos dos últimos años en el BAL, con lo cual no solo reflejan un interés por la creación desde el cine analógico, sino que también son un testimonio de la huella que están dejando en nuestras mentes estos tiempos que nos ha tocado vivir. Se trata de películas que llaman a la introspección, llenas de imágenes pregnantes y simbólicas, y que en muchos casos examinan la vida propia, los recuerdos, la propia concepción del ser y la exploración del mundo interior propio. Al mismo tiempo, el propio juego con los procesos fotoquímicos más allá del revelado artesanal (la manipulación química, el rayado de la película, etc) trasluce también esa necesidad de volver a lo táctil que nos han dejado estos años de distanciamiento social y de fobia al contacto humano.
En lo tocante a la memoria, The Bearers of Memories, de Miglė Križinauskaitė-Bernotienė, introduce la idea de la concepción siberiana del tiempo, en la que lo que tenemos delante de nosotros es nuestro pasado, lo conocido, y lo que tenemos detrás es el futuro, lo que aún está por ver, tejiendo así una delicada reflexión en torno al tema que gravita alrededor de los rostros, las fotografías y los paisajes, en un juego entre el color (a través de filtros) y el blanco y negro. El paso del tiempo es también la idea que subyace, por ejemplo, en ?, de Betija Zvejniece. Bonds of Time, de Henrijs Laķis, por su parte, se mueve entre cierto registro casual y diarístico y una serie de pictóricas puestas en escena para revisar el significado de la vida en común, el amor y los lazos humanos. La percepción (parte integral del recuerdo) es la base de Père au ciel, de Kei Sendak, que se construye en torno a lo fragmentario y nebuloso de la misma a través de un viaje en un tren belga. La percepción, esta vez del tiempo, es otro de los aspectos abordados por obras como Center Fugue, de Roberts Vanags, que utiliza la forma musical de la fuga para traducir este tema a imágenes.
La idea de hallar un cierto significado en el propio ser (bien sea en un camino hacia la inquietud o hacia la paz interior) está presente en obras como The Silva Method, de Mersedes Margoite, que transmite a través de sus imágenes los estados mentales que se pueden alcanzar a través de la meditación: el uso de superposiciones y de momentos coreografiados cargados de sinestesia y simbolismo ayudan a ello. ReaLitis, de Sintija Andersone, conjura una serie de imágenes oníricas atravesadas por superposiciones e intervenciones sobre la tira de celuloide en una película que parece buscar una suerte de escurridiza paz mental. Corpos Mentis, de Linda Lindenberga, por otra parte, examina lo que significa habitar un cuerpo y también las posibilidades de abandonar las formas de control que ejercemos sobre nosotros mismos, mezclando una teatral coreografía en blanco y negro y etéreas imágenes en color.
En un nocturno y contrastado blanco y negro, y con algunas imágenes de raigambre bergmaniana de desdoblamientos y oscuridades, Thanatophobia, de Ieva Balode y Michael Higgins, abordan el miedo a lo desconocido: la muerte, que inexorablemente sobrevuela la vida, y que aquí halla su eco en el celuloide en descomposición: las temibles y cautivadoras formas que toma en la película nos atrapan.
Finalmente, y desde un punto de vista más cerebral que sensorial, Paul Kuimet lleva a cabo un afilado análisis cultural en su pieza Material Aspects. La mesa de un collagista y sus referencias cruzadas desde un azar aparente nos llevan a través de los restos de la ideología comunista en el este de Europa, sin dejar de lado la reflexión sobre la materialidad y la estructura del film.
