BENJAMÍN ELLENBERGER

PROGRAMA

Sala (S8) Palexco | Miércoles 31 de mayo | 17:00 horas | Entrada libre a todas las sedes hasta completar aforo. No será posible acceder a las salas una vez empezada la proyección. 

S/T
Benjamín Ellenberger, 2016, Argentina, super 8, 5 min.

Filmada bajo la primera nevada del invierno, durante una caminata por lugares cercanos a la frontera entre Austria y República Checa. (Benjamín Ellenberger)

DELTA
Benjamín Ellenberger, 2013, Argentina, super 8, 3 min.

Registro en blanco y negro de la luz sobre la isla en diciembre. (Benjamín Ellenberger)

FRAGMENTOS DE DOMINGO
Benjamín Ellenberger, 2013, Argentina, super 8, 4 min.

Este film nace por el simple deseo de capturar, documentar, guardar la luz de un espacio cotidiano que en poco tiempo dejaría de habitar. Intentando que algo de aquella atmósfera quede impregnada en las imágenes. (Benjamín Ellenberger)

REFLEJO NOCTURNO I
Benjamín Ellenberger, 2020, Argentina, 16mm, 5 min.

REFLEJO NOCTURNO IV
Benjamín Ellenberger, 2020, Argentina, 16mm, 5 min.

La luz no tiene lengua sino que es toda ojo. (John Donne)

Una serie de breves películas sobre cómo la noche nos sumerge en un mundo donde los pensamientos más profundos afloran. Filmadas fotograma a fotograma con largos tiempos de exposición y reveladas a mano antes de que amanezca. (Benjamín Ellenberger)

III NBR
Benjamín Ellenberger, 2015, Argentina, 16mm x 2 (performance), 20 min. aprox.

Performance para tres proyectores de 16mm con una cinta sin fin. El sonido proviene de la imagen que pasa a través del lector óptico y es manipulado. Entrar en las posibilidades lumínicas del cine, poniendo a prueba la fascinación por la intermitencia y la magia de la luz. (Benjamín Ellenberger)

BENJAMÍN ELLENBERGER

EVENTOS LUMÍNICOS

A finales de la primera década de este siglo XXI, hay en Argentina un renacer del cine experimental que mira hacia el fructífero grupo de personas que animaron ese campo en los años 70: Claudio Caldini, Narcisa Hirsch, Jorge Honik, por nombrar unas pocas. Esa recuperación no solo (o no tanto) se basa en seguir una pista estética, sino también en fijarse en algunos modos de proceder, como es el caso del uso del super 8, formato de cine doméstico por excelencia, como material de creación. Un rasgo único y distintivo de la escena argentina de los setenta, que hizo de su capa un sayo aprovechando lo que se tenía más a mano sin que la precariedad fuera motivo de amilanamiento sino fuente de algo nuevo. Es en esa segunda oleada del experimental argentino (de la que ya hemos dado cuenta en el festival a través de la obra de varios cineastas) en la que podemos engarzar a Benjamín Ellenberger, natural de Córdoba y residente en Buenos Aires, que empieza a hacer películas también al calor del formato de cine fotoquímico más amigable. Y aunque luego su labor haya multiplicado por dos el ancho de la tira de película, pasando al 16mm, es importante señalar aquí la raigambre estética y creativa de la que proviene.

En el programa que hoy presentamos, mostramos dos de las líneas de trabajo de Ellenberger. Una en forma de películas en blanco y negro que trascienden una vocación aparentemente diarística (sin dar la espalda a la evocación y a la emoción) para ocuparse de otra clase de cosas. En éstas, lo cotidiano de unos días de asueto, una planta o un bizcocho en un plato son el equivalente a las frutas y viandas de las naturalezas muertas en la pintura: son las cosas que sirven como objeto de estudio de una reflexión en torno al propio medio, cuya materia primigenia es la luz. La otra línea de trabajo es la de la performance. Si en las películas ese estudio de la luz tenía su base en la cámara, aquí es el proyector el que ocupa su lugar, siendo la el haz emitido y sus particularidades la base de todo.

En la sección que ocupan las películas, vamos desde fuera hacia dentro: empezamos con un registro captado en territorio ajeno, en S/T, en donde Ellenberger parece estar siguiendo las huellas de luz de un sol débil y casi esquivo. A las luces y sombras, que trazan su claroscuro a lo largo de la película, le termina ganando el poder reflectante de la nieve sobre la tierra. Delta, por otra parte, es una película veraniega filmada en el Delta del Tigre, en donde esta persecución de la acción de la luz sobre las cosas se centra en los reflejos y las sombras: la sombra del propio Ellenberger, el sol entrando lateralmente por las ventanas, la que se refleja en el agua, la que traza marcadas luces y sombras al pasar entre los árboles. El relato de unos días de asueto se convierte así en un estudio de luz pictórico y poético. Fragmentos de domingo parece concentrar aún más esa tarea: esta vez se trata de un espacio cerrado, la variedad de elementos se reduce pero también aumenta la pureza de las formas y la concreción del estudio. Un estudio que también parece examinar la propia idea del rectángulo que dibuja la proyección de cine en la pantalla (y la ventanilla del proyector y de la cámara) a través de lo geométrico (las formas de los rayos de sol traspasando la ventana que las delimita, un marco, la superficie de un libro abierto), y donde el ritmo del registro, jugando con unos pocos elementos y con las superposiciones, adquiere un cariz musical que se va intensificando a medida que avanza la película. Como si cada imagen (el marco, el libro, la planta, el bizcocho, las rayas de luz que dibujan marcos y persianas) fuesen notas cuya combinatoria rimada, cambiando en sucesión y en duración, fuesen componiendo un patrón melódico en progreso. 

Se hace de noche, la luz rasante del sol en este trío de películas en super 8 se convierte en luz artificial. La serie de películas Reflejo nocturno, en 16mm, sigue una particular técnica para captar la noche de una fantasmal Buenos Aires. Un paisaje urbano de edificios, tiendas de ultramarinos, árboles solitarios e interiores silenciosos, aparece frente a nuestros ojos en rítmica intermitencia. La técnica de Ellenberger, que filma cuadro a cuadro con largas exposiciones para poder verter en la película la luz necesaria para que se impresione, se mezcla con superposiciones que marcan una segunda capa de ritmos. La profundidad del negro de las zonas oscuras va dejando surgir otros objetos en escena. Un limón, unas flores (volviendo a la idea de la naturaleza muerta), y los destellos que emiten en medio de la nada negra una farola, una lamparita de noche o la propia luna, sirven de puntuación en esta búsqueda incansable de eventos lumínicos, y de formas humanas (y mecánicas) de captarlos.

En lo que a la performance se refiere, III NBR, el propio Ellenberger explica cómo consiste en «entrar en las posibilidades lumínicas del cine, poniendo a prueba la fascinación por la intermitencia y la magia de la luz». Aquí Ellenberger trabaja con dos proyectores, y tres elementos: el blanco y el rojo luminosos, y el negro de la oscuridad. Se pone así en marcha una combinatoria en la que entra en juego la interacción de los dos proyectores y lo que por ellos pasa: fotogramas por los que no pasa la luz o que la dejan pasar al completo, blanca o roja, trozos de película en los que solo dejan pasar dos rendijas o crean marcos (pareciera que emulando al sol filtrado de las ventanas retratadas en sus films), y el parpadeo blanco-negro-rojo que todo eso genera. Un proyector sobre otro en pantalla, y la interacción siempre variable en la que esos chorros intermitentes de luz van bailando. Si todas las películas de Ellenberger eran silentes, lo que suena en III NBR es lo que hay impreso en los fotogramas al pasar por el cabezal de sonido óptico de los proyectores. Y como no podía ser de otra manera, pues, el único sonido de la sesión es también un evento lumínico. 

Elena Duque