LA BIBLIOTECA DE HELENA GIRÓN Y SAMUEL DELGADO

Jun 4, 2021 | Artículos, Destacados

Los protagonistas del foco Sinais nos brindan un recorrido por sus libros

Todos tenemos un orden secreto en nuestras bibliotecas, aunque a veces nos cueste reconocerlo.

Hace poco nos mudamos de la casa en la que llevábamos viviendo ocho años en un reducido espacio. Parece imposible que lograsen caber tantas cosas, entre ellas, un montón de libros. Hace tiempo, cuando se juntaron nuestras bibliotecas primigenias, cada uno de nosotros guardaba cierto temor y preocupación a la hora de que estas se mezclasen. Sin hablarlo claramente, ambos tratábamos de conservar ciertos espacios marcando límites y separaciones claras. Incluso llegábamos a organizar estantes propios, buscando así mantener vivo el relato de la propiedad, y también el de una identidad emancipada e independiente, que se definía casi más por los objetos que la rodeaban que por las ideas que ellos mismos suscitaban. El hecho de haber leído o descubierto antes un libro, por ejemplo, el de haberlo marcado o subrayado primero, o el que todos pensaréis, el más vergonzoso, el de haberlo comprado con anterioridad, hacía que perteneciese más a uno que al otro. Al menos en nuestra imaginación. 

Pero esta narrativa comenzó a evaporarse rápidamente, y la biblioteca, en un breve período temporal, comenzó a entrar en una nueva fase que se extendió hasta su misma destrucción.

Ella, de forma autónoma, comenzó a crecer descontroladamente, y a generar una serie de aleaciones propias mucho más sugerentes que cualquier orden predispuesto con anterioridad. Las estanterías planteaban toda una serie de redes de apoyo que distraían al ojo y lo malhumoraban, sin encontrar aquello que buscaba de forma ágil y efectiva. Con el paso de los años la situación empeoró. La biblioteca comenzó a imponer un orden propio, oculto, difícilmente catalogable, que excedía nuestros estrechos parámetros ideológicos de forma admirable. Sin saberlo, nuestra casa albergaba un caos brillante. Los vasos comunicantes se extendían soterradamente, y respondían a una confluencia invisible de experiencias vitales, o al trayecto e itinerario, a veces algo inhóspito, de aquellas ideas e intuiciones, rastreadas y perseguidas que, en el mejor de los casos, nunca conseguían revelársenos del todo.

Pero como adelantábamos antes, de todo esto nos dimos cuenta cuando empaquetábamos y limpiábamos cada libro durante horas. Tarde. En el momento de su misma ruina y devastación.

Ahora, esos mismos libros esperan bañados en luz natural. Se ven más cómodos, más limpios, más apetecibles. Permanecen ordenados por temáticas, disciplinas, o por una mezcla de ambas. Incluso algunos han sido desterrados, habitando una maleta en el altillo del armario a la espera de un último viaje hasta la basura.

Nuestra biblioteca es ahora un espacio práctico. La palabra exacta sería eficiente. Su visión ofrece una supuesta tranquilidad, y una comodidad nunca antes vista. Pero al tiempo, nos genera angustia y desconfianza. Puede que algo de nostalgia. Ahora no sabemos si conseguirá volver a su estado natural algún día. Esperamos que nos guíe e ilumine de alguna forma que nunca sabremos explicar bien. El tiempo dirá.

Esa nostalgia —avivada por la petición de Elena Duque de una lista de referencias bibliográficas—, nos animó a hacer esta selección de libros. Una lista de aquellos que nos gustan y emocionan especialmente, o que en su momento nos dieron un empujón hacia el abismo. Unos cuantos libros que podrían albergar el mismo estante de esa biblioteca ya inexistente. ¡Ahí van!

El primero de este estante, un libro grande y de tapa dura que ejerce de dique de contención, es el apasionante y poderoso From Hell de Alan Moore, ilustrado por Eddie Campbell, que nos guía hasta las oscuras profundidades de la civilización occidental. W.I.T.C.H. (Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno), editado por la Felguera Ediciones (grandes amigxs y compinches), por su tamaño y contenido es perfecto para llevar encima y encontrar siempre que necesites una frase estimulante para el día a día. La bruja de Jules Michelet, o Calibán y la bruja de Silvia Federici, son unas buenas lecturas complementarias que funcionan como una totalidad. Para poder llegar a controlar el mundo, primero había que desencantarlo, dice Silvia en su texto. Y Moore y tantos otrxs, nos demuestran que la magia sigue viva en la creación y en la vida, como una forma de insubordinación y resistencia al poder. El Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vaneigem, ese libro para leer a los dieciocho, debería desempolvarse de vez en cuando para escoger una de sus páginas de forma aleatoria y leerla en alto. La diversión estaría asegurada. Los libros de Carmelo Lisón de Tolosana nos invitan a perseguir el rastro que queda de lo común, de lo popular, buscando en los documentos aquello que ellos mismos tratan de ocultar o de invisibilizar. Historias maravillosas, de resistencia y de horror. Como las que nos encontramos en Vigilar y castigar de Foucault, que no puedes parar de leer durante horas. En A nuestros amigos del Comité Invisible, encontramos en su momento algunas pistas que seguir, algunos consejos e ideas a las que agarrarnos. Como en La vida material de nuestra querida Marguerite Duras. Mientras que en sus Cuadernos de guerra, nos hizo descender hasta los abismos y límites de lo humano. En La muerte de la esperanza de Eduardo de Guzmán, los volvimos a entrever, pero también nos mostró algo de luz, ayudándonos a reencontrarnos con las calles y espacios que habitamos en Madrid. Pasa algo parecido cuando lees Austerlitz, de W.G. Sebald. Lecturas que nos someten al encuentro con los fantasmas. Tan necesarios, tan amados. Como los de los cuentos del gran Iván Turguéniev en La reliquia viviente, pero también con las puertas de la ley y el delirio de El castillo de Kafka, gran creador de imágenes imborrables e inmersiones asombrosas. Como también lo son las halladas en Los errantes de Olga Tokarczuk o en Parte de una historia de Ignacio Aldecoa, que entienden la complejidad de los contactos y las distancias en el universo insular. Por último, en la esquina contraria a Moore, la recopilación de Stephen Ellcock Todas las cosas buenas: arte edificante para tiempos difíciles ocupa los últimos centímetros que quedan del estante. Nada mejor para esta época tan turbulenta y emocionante.

PUBLICACIONES RECIENTES