Hablamos con Sonya Mwambu sobre las poderosas raíces que han dado como fruto su performance maono mzimi.

¿Cuál es el origen de Maono Mzimi? La performance incluye algunos textos, así como imágenes grabadas procedentes de distintas fuentes. ¿Podrías hablarnos de esto, de todas las partes que forman la pieza?
Esta obra comenzó en 2022, cuando asistí al Independent Imaging Retreat, también conocido como Film Farm, en Mount Forest (Ontario); fui allí para aprender a procesar película en 16 mm con diversas plantas y desarrollar mi práctica como creadora. Empecé sin ninguna idea real; simplemente cargué una Bolex y me puse a filmar lo que me rodeaba. Sin embargo, mientras estaba allí me topé con una caja llena de libros y revistas que tenía una colección de escritos publicados, si mal no recuerdo, por el Congreso Nacional Africano. Había un poema que hablaba del tiempo, ese tiempo perdido que no pude evitar relacionar con mi trabajo e incluir en él de alguna manera.
En febrero de 2023 falleció mi Kuku (abuela) y me dediqué a rebuscar en sus pertenencias; entre ellas había cajas y armarios llenos de objetos que cuentan la historia de la asombrosa existencia que llevó y de cómo surgió nuestra familia. Después de dar a luz a mi padre en 1967, se mudó a Uganda, donde pasó dieciocho años de su vida, y yo, por casualidad, encontré una colección de instantáneas en 35 mm que tenía ella y que ofrecen una imagen de lo que fueron sus primeros años en Kampala y Moroto. Esas instantáneas muestran recuerdos de las casas donde vivieron, los festejos del Día de la Independencia, las concurridas calles de Kampala, el río Nilo con la flora y la fauna de los alrededores, monumentos a mártires, iglesias, miembros del pueblo karamajong y mucho más. Fue también durante los dieciocho años que pasó allí cuando escribió una gran cantidad de cartas que contenían poemas y canciones para su madre, que se encontraba en su hogar de Ontario, en los que la obsequiaba con relatos de lo que en aquella época ocurría en el país y le ocurría a nuestra familia. Mi bisabuela, Wilhelmena Ireland, conservó todas esas cartas y se las regaló a su vez a Kuku cuando volvió a Canadá, y entonces ella las usó para escribir un libro, My Uganda («Mi Uganda»). En esos escritos hay dos poemas que se incorporan a la narración en directo de Maono Mzimi.
Tras el montaje de esta pieza y el cómo llegó a cuajar se encuentra exclusivamente un proceso de duelo. No solo duelo por la pérdida de mi Kuku, sino el duelo por lo que, en los fragmentos de mi identidad, pudo ser y, sin embargo, nunca será. Ya que nací en Uganda pero me crie en Canadá, lo único que puedo hacer es tratar constantemente de reclamar fragmentos de mi identidad. Cada vez que se representa Maono Mzimi, adopta una forma nueva, que evoluciona siempre a la par que mi duelo, mi identidad, mi creciente archivo de Uganda en la diáspora y mi mayor conocimiento de la sanación comunitaria.
Las imágenes, tanto digitales como analógicas, forman parte, todas ellas, de mi archivo fílmico personal, desde mis primeros trabajos de 2015 a la Film Farm, y con obras recientes como son las del verano pasado en la barbacoa anual que celebran los bagisu en Toronto. Están procesadas en su mayoría con material obtenido a partir de plantas nativas de Ontario y malwa, la bebida local, también conocida como cerveza de mijo, que conseguí en la barbacoa. En estas abstracciones surrealistas de imágenes y sonidos digitales y analógicos, distintos aspectos de mi identidad, cultura, idioma, memoria, afecto y duelo en la diáspora ugandesa quedan enmarañados en un tiempo y espacio no lineales.
En la grabación de audio sale la voz de mi madre, cantando y hablando en un idioma que no entiendo, pero sé que algunas de las palabras y la narración en directo se superponen. Ella y mi tío me ayudaron a traducir el nombre Unbroken Spaces of Vision («Espacios de visión no quebrantados») y, con mis inexistentes conocimientos del suajili, escribí mal lo que me dijeron; por eso tenemos Maono Mzimi.
En la performance se combinan imágenes digitales y analógicas. ¿Podrías hablarnos de tu relación con el cine analógico?
Mi relación con el analógico empezó en el primer curso de los estudios de producción cinematográfica que hice en Toronto, en 2015. Aprendimos a usar la cámara Bolex y, en mis investigaciones, supe de las «tarjetas Shirley» de Kodak de mediados del siglo pasado, en tonos de color piel, que al principio, a lo largo de los setenta, se optimizaban para la piel blanca. En tercer curso hice una película titulada igual que constituía un gesto hacia el sesgo racial en el que se basaban esas tarjetas Shirley y se exploraban las muchas texturas de las capas de arte e historia de la población negra y la política racial de la cultura popular. Yo pretendía hacer una crítica del omnipresente sesgo racial de la fotografía comercial, la mercadotecnia y la cultura popular, reafirmado por una escasez material de instrumentos y técnicas mediante los que reflejar la diversidad racial en la fotografía del siglo XX y por los criterios con los que calibra nuestra sociedad los instrumentos mismos que empleamos para crear imágenes.
Tu presencia también es algo que se manifiesta en esta pieza. ¿Tras eso subyace alguna idea?
A mí, poder recitar las palabras de Kuku cada vez que se representa esta obra me permite mantener vivos su espíritu y su memoria de una manera que me resulta curativa de una forma para la que aún estoy encontrando las palabras. Son las últimas líneas, «Y entonces me doy la vuelta para entrar en el mundo. Con el alma refrescada, con el trabajo que tengo por hacer», las que se convierten en un mantra que me incita a proseguir, a pesar de mi duelo, o más bien dentro de él, con la tarea de preservar la historia, la cultura y el acervo de la comunidad ugandesa en la diáspora y en mi tierra natal, y de contribuir a la construcción de un futuro mejor para todos aquellos que vengan después de nosotros.